Alguna vez he mirado las fotos pasadas con ese sentimiento:
los rostros ya no llevan nuestros nombres. Todo es alquimia.
Pero gracias a ellas conservo recuerdos que se hubieran borrado: puedo recordar la cara que tenía mi hijo de bebé, de niño... puedo ver de nuevo la cara de mi madre. Queremos pensar que hay rostros que jamás se borran de la memoria, pero no es así: desaparecen.
La fotografía tiene algo de mágico y misterioso: atrapa los instantes, los fija, cuando ya no son. Inmediatamente son pasado.
Inutil intento de retener lo que ya no existe.
*Merce me ha recordado esta canción:
Miro el instante que ha fijado la fotografía, ríes con la timidez de quien le avergüenza la risa. Quince años que sujeto entre mis brazos al compás del último disco robado. Nada queda en ese trozo de papel, todo es alquimia; veo que es la prueba más veraz de que todo es mentira. Esos rostros ya no llevan nuestros nombres, son dos máscaras perdidas en la noche, pero, queda la música...
Siento que ese tiempo que se fue no ha sido nunca nuestro, como cuando te miro y no logro recordar tu cuerpo; no eras tú aquella insolencia de latido que encendía mis deseos más prohibidos. Creo que tú y yo no somos más que dos desconocidos, otros, dos extraños que en el tiempo se han hecho asesinos de esos dos niños de la fotografía que, abrazados, van bailando por la vida, pero, queda la música...
Luis Eduardo Aute (Queda la música)
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